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¿Por qué esa necesidad constante de tomar pausas?: es una de las preguntas que más me hacen y sólo me atrevo a decir, que sin la pausa no pudiera existir la reanudación, y nada como la reanudación de segmentos esperados y el inicio de nuevos trazos que permitan mantener la frescura, que es de lo que verdaderamente se trata todo esto.
No suelo tratar temas densos ni pretendo hacerlo, pero debido a que en los últimos dos meses mi vida ha dado un giro completo y el tiempo meteorológico me afecta peor que a una guacharaca de apartamento en "La Candelaria", en los próximos preludios me dedicaré a hablar de ciertos temas tabú, que no me había atrevido a tocar.
Así de improvisto, lanzo la primera piedra dentro de este "flegetón" de barbaridades que pretendo tocar y digo las palabras mágicas: "Metro de Caracas", de plano ya al pronunciar, muchos habrán cerrado su pestaña de navegación y pensarán dedicar el tiempo que tenían para completar esta nota, viendo el último vídeo de Miley Cirus o revisando los asuntos de gente "más importante ". Pero sí, hablo del Metro, ese sueño tan ochentoso de transporte futurista, con sus baldosas de cuadritos a tres tonos, tan inorgánicas, tan en verdad setentosas y tan colapsado.
No es la primera vez que oyen la palabra Metro relacionada a otras tantas (caos, sudor, delincuencia, sabor, música...) pero de verdad les pido que me den la oportunidad de explicarles mi punto de vista.
Pongámoslo así: "suponte" que eres del tipo promedio, y aquí es donde si necesito tu colaboración, identifícate con el personaje. Usas de una u otra forma el carro particular pero no mucho, necesitas ir de un lugar a otro. Con el cuento de que no eres metrodependiente ya te metes un casette de esos de cinta enredable de falsa superioridad, te paras con asco detrás de la raya amarilla y miras con desapruebo la actitud de los liceistas que se "jubilaron", dices en voz medio alta: "que atrocidad" y por dentro solamente piensas en cómo sería tu vida si en verdad necesitaras del Metro como una fuente de diversión... lo ves llegar y rezas para que tu vagón este medio vacío, al menos lo suficiente para que tú entres, para que tenga algo de aire, para que el pana que tenga el sonyericcson a todo volumen haya metido por error algo de Belanova y vayas desde Chacaíto hasta Francisco de Miranda, tarareando algo (ojo: internamente, dar demostraciones de aprobación en el metro está prohibido para los promedio).
Cuando entro en el vagón siempre miro, especulo e imagino cómo será la vida de todos los que están allí, en esa cabina, llena de humores, historias de drama, momentánea alegría y disparate. Suelo inferir que habrá detrás de esa cicatriz, de esa herida en el brazo y sigo hasta pensar en cómo será la personalidad de ese trabajador, de esa viejita y de la mamazonga explotada con silicona y botox que todavía se arre-cha porque le tocaron el culo y quiere saber quién fue.
Otras de las interrogantes : qué piensa la gente de sí, que opinan de su vida, de su manera de vestir; siempre me pregunto en qué piensa la gente cuando opta por la lycra en lugar del algodón, en lo brillante y apretado en vez de lo simple y cómodo, no lo critico, pero me lo cuestiono muchísimo. Una actividad típica que hago para divertirme es realizar un extreme make-over de la persona que tengo al frente, cómo se vería en pantalones marrones, con una camisa blanca y un par de mocasines, para luego imaginarme al vagón entero y darme cuenta de lo aburrido que sería todo, tan igual, tan parejo, tan no-Caracas. Cuando voy en el metro suelo ser el histérico que se coloca el bolso casi hacia adelante, como un vendedor ambulante y es que aunque no guardo nada que valga la pena en los compartimientos delanteros, ni siquiera quiero imaginarme en ese tipo de situaciones, camino muy rápido, no miro mucho a la gente y si puedo tomo las escaleras fijas para evitar los empujones "automáticos", estoy pero a la vez no, salgo de la "boca de metro" lo más rápido, salgo a la superficie para caminar aún más rápido y llegar finalmente a mi destino.
Del metro adoro el pasar desapercibido, recordarme a mi mismo por qué estoy allí montado, siendo "average", utilizar el servicio para lo que realmente fue diseñado, para transportarme y no para hacer de él, mi vida. Del metro detesto cuando lo uso y voy con conocidos, en mi mismo afán de vivir para el "undercover" los otros me tildan de antipático y maniático: cuando camino excesivamente rápido para ellos; cuando me desplazo como una lombriz y mi flacura se adapta a los espacios que dejan los cuerpos gordos, y ellos no encuentran acomodo en el vagón; cuando les digo que no hablen una vez adentro y les explico que a nadie le interesa saber nuestros planes, nunca falta el que pregunta: "desde Chacaíto vamos a agarrar una camionetica hasta Las Mercedes? o No?..." dándole a saber a todos nuestro destino. Por lo que mejor es guardar silencio; cuando trato de explicar que me parece de lo peor caer en el cliché absurdo de "carajitos con un billete de 100 BsF. en el bolsillo que quieren vivir una experiencia metro llena de gritos, revuelo, empujones, tratando de llamar la atención, hablando durísimo, interpretando papeles burlescos... en fin buscando la desesperada atención en el lugar menos oportuno y bajo la audiencia menos indicada.
El metro es eso, toda una experiencia, te instruyes y aprendes cosas que no deberías (¿o si?), te haces más fuerte y lidias con situaciones extrañas en las que la palabra BIZARRO si debe y puede ser empleada sin remordimientos.